Orfeo o el temor de romper con el pasado
- angelus millet
- 11 nov 2019
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 16 nov 2019

Un personaje trágico representativo de la condición humana es Orfeo. Su mito canta la complejidad que encierra toda existencia : felicidad, amor, talento, pérdida, angustia, etc. Lo interesante de su historia es que cualquiera puede ser Orfeo, cualquiera, al igual que él, puede caer fácilmente en las trampas que genera el recuerdo. Veamos como un hombre, al que la vida ha favorecido, lentamente pierde sus bendiciones por el temor de dar un paso decisivo para dejar el dolor que embarga su alma; su historia es la siguiente:
El niño de oro de los dioses, Orfeo, recibió un regalo del mismo Apolo: una lira. Las musas le enseñaron a tocarla, y, el talento que desarrollo era tal, que se decía que con su música apaciguaba a las fieras, más aun, lograba que los árboles y las rocas bailaran. Un día Orfeo conoció a Eurídice, la mujer, a sus ojos, más bella de su breve existencia. Juntos crearon un pequeño oasis, pero, como toda felicidad es una promesa de una desgracia futura, las nubes de la tormenta oscurecerían el camino: Un día Eurídice, huyendo de Aristeo cuando este intentó propasarse, pisó una serpiente y el veneno se llevó su vida.
La vida de Orfeo cayó al abismo. Eurídice, su esposa, llenaba todos los aspectos de su ser, ahora, sin ella, la existencia carecía de valor. Incluso su música se vio afectada, la inspiración, que le permitía componer las bellas melodías con las apaciguaba el alma, se apagaba… el silencio devoraba su alma. Este silencio insoportable llevó a Orfeo a tomar una decisión radical, bajaría al Hades a sacar a su esposa del reino de los muertos. Para lograr su misión empuñó su arma más poderosa, su lira, luego se encaminó en la búsqueda de su gran amor.
Su primer obstáculo fue Caronte, el barquero, que no estaba dispuesto a dejarlo pasar a menos que pagara el precio acordado. Frente a la barca Orfeo dudó, aunque, no tenía más alternativa que confiar en su único recurso, su música. Se dice que fue tan bella la melodía que Caronte no tuvo más remedio que ayudarlo a atravesar el río Estigia. Ante Cerbero y los tres jueces del infierno, el resultado no fue diferente, la magia de sus notas quebraba los obstáculos que se interponían en su camino.
Tras superar todos los escollos alcanzó la sala del trono del rey del inframundo para anunciar su petición, pero para Hades su petición era insignificante, así que lo miró con indiferencia. Orfeo al ver que su proposición no sería tenida en cuenta empuñó su lira y, cuentan, los que estuvieron presentes, que la magia que brotaba de las cuerdas de la lira fue tan poderosa que por un instante el reino de los muertos estuvo en silencio. Los lamentos, los gritos y el horror, callaron, la melodía inundó los sufrientes corazones. Fue entonces cuando sucedió lo más sorprendente, un hecho sin precedentes en toda la historia de la oscuridad, unas lágrimas se escaparon de los ojos de Hades.
- Puedes llevártela solo con una condición, no puedes volver la vista atrás hasta que no atraviesen ambos la puerta del inframundo – dijo Hades, al recuperar la compostura, minutos después de finalizada la melodía.
Orfeo hizo una reverencia a Hades y a su esposa Perséfone, y emprendió su camino de vuelta al mundo de los vivos. Con fortaleza de espíritu caminaba, por los parajes desolados, soportando la tentación de volver la vista atrás y besar apasionadamente a su esposa. Todos los condenados observaban con respeto a aquel que por un instante dio sosiego a sus almas torturadas. Uno a uno deshizo los obstáculos que había superado, y cuando estaba a punto de conquistar la puerta, las dudas florecieron en el fondo de sus entrañas “¿Por qué no sentía pasos atrás de él? ¿Por qué no sentía la respiración de su amada a sus espaladas?” paso a paso el lastre de la duda atenazaba los deseos de su alma. El peso que arrastraba su espíritu destruía sus esperanzas. ¿Podía él, un simple mortal, confiar en la palabra del rey de los muertos? ¿Por qué Hades no lo traicionaría? Las dudas destruían, segundo a segundo, la fortaleza de su voluntad. La tensión era insoportable, tanto que su voluntad terminó por reventar y las dudas lograron su objetivo. Embargado por el terror, no tuvo el valor suficiente para soportar, así que volvió la vista...
Ahí, a sus espaldas, estaba Eurídice con una lágrima en el rostro. Orfeo no pudo pronunciar palabra alguna, simplemente observó atónito como el pilar de su existencia era tragado nuevamente por el infierno. Desde entonces, cuenta la leyenda, tuvo que soportar en total soledad y agonía el resto de vida que le quedaba. (Parafraseado de mitos griegos de Robert Graves, tomo I)
En Orfeo encontramos una situación existencial profundamente compleja: el temor de romper con las cadenas que atan al pasado. Toda vida contiene instantes decisivos: triunfos o derrotas, que desgarran la forma como vivimos y entendemos la realidad. Esos momentos se clavan en el alma atándonos, con fiereza, a lo que “fue”, momentos peligrosos en que el pasado se convierte en una carga que puede arruinar la senda que caminamos, en otras palabras; el pasado termina, en algún momento, por convertir en una tumba el presente y el futuro.
El mito encarna las diferentes facetas del camino de cualquier ser humano. Un hombre privilegiado, al que la vida le ha brindado suaves caricias: buen músico, amado por los que lo rodean, afortunado en el amor, etc. Llevaba una vida envidiable, sin embargo, un día la pintura de la vida cambió de color y la oscuridad marcó su camino; pierde su esposa, y su pérdida embarga todos los aspectos de su vida: su vida profesional, sus relaciones con los otros, es decir, en su experiencia debía vivir una verdad totalmente nueva para él, una verdad de hierro “nada es para siempre”.
Comprender la finitud de las experiencias, es una de las situaciones más dolorosas a las que se debe enfrentar todo ser humano. Todos esperamos que lo que vamos construyendo a lo largo del camino dure para siempre: un proyecto personal, una relación amorosa, un trabajo, un negocio. Nuestra esperanza, y al mismo tiempo, nuestro equilibrio psicológico, lo dejamos en manos de la falsa creencia que reza “todo lo que hemos conseguido va a durar para siempre, aquellas cosas por las que tanto luchamos siempre permanecerán”, error, craso error. La fortuna no puede ser favorable en todo momento, las vicisitudes de la existencia se harán presentes tarde o temprano, y nos forzarán a enfrentar la pérdida, tal y como le sucedió a Orfeo.
En la vivencia del maestro de la lira, evidenciamos una interpretación, ingenua, de la realidad que termina por desbordar la conciencia y hacer de la vida un infierno. Orfeo sufre, y ese no es el problema, sufre una perdida, como todos debemos sufrirla en el momento que aparece, pero agrega más dolor a su vivencia al creer que en la naturaleza no existe el cambio. Orfeo considera que todo debería ocurrir como ocurre en su cabeza, en ningún momento intenta reflexionar de manera sensata sobre lo que lo rodea, él no comprende que si la naturaleza es cambio, todo lo existente al interior de la misma debe sufrir el mismo proceso, cambiar. Orfeo no quiere aceptar el flujo de las cosas, y su vivencia lo lleva literalmente al abismo. Olvida que su vida no es una sola faceta, su vida es más compleja, pero no lo quiere ver, para él, todo se reduce al amor y a su dolor. El recuerdo de lo perdido es una potente jaula que lo aprisiona y de la cual no puede salir.
Orfeo se hunde, el dolor se convierte en su naturaleza. Su esposa existe, cree ingenuamente, en la medida en que sufra patológicamente su tragedia, así se encierra en un círculo peligroso: solo el dolor le permite continuar con el recuerdo y el recuerdo aviva el dolor. Ese bucle lo recorre infinitamente hasta que, en su infierno, encuentra a alguien que le da un consejo sensato, alguien del que no esperaba una palabra de consuelo, Hades, que comprende el dolor que atraviesa Orfeo: No vuelvas la vista atrás hasta salgas de la oscuridad, le dice, y en esa frase se encierra una potente sabiduría. El recuerdo enfermo ha destruido el potencial que es Orfeo, ha destruido esa amplitud por la que todos los dioses apostaban, y en la que el mismo Orfeo creyó en su juventud. No mires atrás, no te aferres, rompe con las cadenas que han hecho de tu vida una fosa vacía, oscura y sin esperanza. No vuelvas atrás, que no significa olvidar, significa, lleva el recuerdo en tu interior, pero úsalo para lograr salir del lodazal en el que te has metido por tu ingenuidad. El recuerdo puede condenar a un bucle vacío o puede convertirse en el motor para ampliar la forma en que interpretamos y vivimos el mundo. Orfeo no pudo superar una pérdida, queda en nosotros y en la forma como asumamos el dolor, si caemos definitivamente ante la realidad de una ley tan evidente como “nada es para siempre” o usamos este conocimiento para ampliar la jaula que nos condena.
Ángelus
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